Te compartimos los relatos escritos que nos llegaron en esta primera convocatoria de Un Recuerdo

¡Esperamos que disfrutes cada relato!

El silbato de la Locomotora

EL SILBATO DE LA LOCOMOTORA

Una tarde de invierno estuve visitando la Estación de trenes Argüello, como lo hacía en los años  1942/44. Está ubicada próxima a la Plaza Belgrano y a la Universidad Blas Pascal. A pesar de ser un  acceso al servicio del Tren de las Sierras, su entorno y estado de conservación me hicieron entrecerrar los ojos y trasladarme a la época de esplendor de este lugar, no sin antes recorrer  mentalmente un poco de historia de la zona.

Corría la década del 1880, y el Sr. Argüello avizoró que una estación ferroviaria intermedia entre la  ciudad de Córdoba y las Sierras Chicas contribuiría al progreso y modernización de la Villa, por lo cual  donó una superficie de 5 hectáreas para la construcción de la misma.

La llegada del tren de trocha angosta del Ferrocarril Belgrano, a fines de esa década, mudó la Villa en  una zona veraniega por sus atractivos naturales. La Villa se transformó en un damero ocupado por mansiones rodeadas de jardines y quintas frutihortícolas, ideales para el descanso.

La estación fue edificada en estilo inglés, con pisos de madera en su interior y techos de chapa  acanalada. Contaba con comodidades para la espera del tren, para la atención del servicio telegráfico,  para encomiendas, y también era un lugar de encuentro de los habitantes de los alrededores.

Recordé cuando nos sentábamos en el andén de la estación esas noches serenas y cálidas de verano,  inundadas por la fragancia de las madreselvas, por los destellos luminosos de las atrayentes luciérnagas, por el canto entonado por los grillos para atraer a su pareja, todo debajo de un  firmamento tachonado de estrellas, y… de golpe todo alterado por el haz de luz de la locomotora y su  estridente silbato para anunciar su arribo. El ascenso presuroso de pasajeros y de equipajes para ser  trasladados junto a los que provenían de las Sierras a la estación del Ferrocarril Mitre, lugar en el cual  la mayoría hacía el trasbordo para viajar a la ciudad de Buenos Aires. El tañido de una campana  anunciaba su partida, y de nuevo el silbato de la máquina a vapor como despedida.

Recordé también esas horas de la silenciosa siesta cordobesa, en las cuales las niñas jugaban a la  rayuela y los varones tratábamos de atrapar mariposas con una rama, y de nuevo todo interrumpido  por el silbato de la locomotora y el traqueteo de los pesados vagones cargados con piedras calizas de  las sierras rumbo a la fábrica de cemento ubicada en las inmediaciones de la estación Rodríguez del Busto.

Otro silbato me llamó a la realidad: era del árbitro de un partido de fútbol disputado por jóvenes en  una cancha aledaña a esta estación, que encierra un pedazo grande de la historia de la Villa Argüello.

Ignacio Luis Porro.
Septiembre 20, 2020

La memoria de Stefa

LA MEMORIA DE STEFA

Estos tiempos de retiro, aislamiento y reflexión los dediqué a la lectura. Cuando agoté los libros disponibles, acudí a mi biblioteca. Allí en un estante perdido encontré un pequeño libro, que leí más de una vez, y que me marcó para siempre: La Prescripción del delito, del escritor rumano Ilia Konstantinovki. En la solapa de presentación dice: una de las más significativas facultades del hombre, la memoria, puede convertirse en historia que instruya en el presente y oriente hacia el futuro: la necesidad imperiosa de mantener viva y vigilante la memoria colectiva.

El título, tomado del término jurídico, la prescripción del delito, alude al plazo fijado por la ley a cuyo vencimiento se produce la redención del crimen. Destaquemos lo que hoy es en Jurisprudencia “crímenes de lesa humanidad”, que no prescriben, cualquiera sea el tiempo transcurrido.

La protagonista central es una mujer polaca, judía, que narra lo vivido hace más de veinte años (década del 40) en un campo de
concentración nazi. Allí conoce y cobija a una niña judía de 18 años, quien le cuenta su historia y tragedia. Stefa fue violada y encerrada en una librería hasta que nació su hijo, allí el violador y su mujer se lo robaron y a ella la entregaron y, finalmente, murió en el campo de concentración.

La polaca decide vengar la muerte y sufrimiento de Stefa. Se
promete, si sobrevive, no olvidar y encontrar a su hijo para que
conozca la verdad, que es la de su madre.

Han pasado 20 años, y es tiempo de echar a andar la venganza,
encontrar al hijo y contarle la verdad, para que se convierta en lucha por el futuro de las nuevas generaciones. Compaginar el conocimiento del pasado con el presente, ese es el papel de la memoria contra la zozobra del alma humana: acción y lucha.

La protagonista siente que ha cumplido su cometido. La mayor
amenaza que sufre la humanidad es la pérdida de la memoria y de la conciencia.

Marta, 75 años – Bell Ville (Cba)

Flores Blancas

FLORES BLANCAS

Era joven, me agradaba caminar y cuando no sacaba el auto recorría calles y calles. Ese día nublado y lluvioso caminé mucho, crucé una plaza. Di vueltas en una avenida. No sé qué buscaba: quizás una flor blanca. De pronto de un balcón cayeron Flores Blancas. Me quedé atónita. Quien las arrojó. De dónde vinieron. Sólo sé que esa noche nació Juan Arias. Me incliné, me dejé caer en el piso y que las flores me cubrieran toda. Su aroma era exquisito. Me incorporé y seguí.

Pasaron los años y un día estacioné mi auto…. Y de pronto un señor me dijo: acá no, señora…. Lo miré inquisitiva… No, dijo, porque delante suyo hay un árbol que tiene Flores Blancas. Le agradecí y poco después me enteré que allí había muerto. No supe nada de su vida enigmática…

Entonces todos los días me acerco y, como en estos días (si me dejan entrar), le llevaré un ramo a mi madre. Quizás llene de aroma su habitación, cubra los gritos, los llantos, los olores. Será un Renacer a su vida abnegada.

Myriam – 78 años

La pollera estampada

LA POLLERA ESTAMPADA

Soy Esperanza Lazzaro, nací en la ciudad de Rosario, allá por 1936.

Mi infancia fue muy feliz, de allí parte todo lo vivido. Ir al colegio, jugar en lo que nos gustaba, ya que éramos muchas chicas en la cuadra.

Pasó el tiempo, crecimos, allí comenzaron nuestras salidas: ir al cine, bailar. Y conocí mi primer y único amor, Juan Carlos.

Llegó el carnaval, ¡como esperábamos esos días!, entonces se usaba mojarse mucho, usando pomos de plomo con agua perfumada.

Un domingo que todos dormían se me ocurrió hacerme una pollera para el baile de carnaval. Tenía una blusa de paisana negra, pero me faltaba la pollera. Entonces, durante la siesta, miré una cortina estampada con fondo negro, de la puerta de la cocina, y decidí que era perfecta para mi pollera. Fue así que la saqué, la cosí toda a mano y la escondí hasta la noche. Nadie se dio cuenta de este hecho, ya que la cortina se ponía detrás de la puerta cuando no se usaba.

Cuando llegó el momento de prepararnos, dije que me iba a cambiar a la casa de mi amiga Mila, ya que su mamá nos acompañaría al baile.

Cuando mi hermana y sus amigas nos pasaron a buscar, mi hermana me vio, ¡casi se desmaya!, no podía creer lo que yo había hecho, y me decía “¿cómo vas a explicarle a la mami esto?”. Le contesté que yo sabía qué hacer.

Pasé una noche inolvidable, feliz y divertida. Todo mi grupo me miraba y se reían. Ni mi novio podía creer lo que había hecho, pero me decía que estaba hermosa con esa pollera estampada.

Al otro día me levanté muy temprano, descocí la pollera, la colgué y la até para que se arrugara un poco.

Mi mamá se enteró de esto muchos años después y nos reíamos de lo que había hecho.

Un recuerdo de mi juventud que no pudimos olvidar, Juan Carlos y yo, y al pasar los años, lo seguimos recordando y compartiendo con la familia que formamos. Nuestros hijos y nietos disfrutan aun de este relato.

Esperanza Lazzaro, 84 años.

Historia de nuestro amor

HISTORIA DE NUESTRO AMOR

Tus ojos sospechosos ocupan mis pensamientos. He visto ojos profundos, otros vacíos…como puertas al bien y al mal… ¿los tuyos adónde van? Que suelten los mansos que son los míos… ¿qué tienen ellos que su amistad procuras? Tal vez el temor los retire… tal vez sumisos queden. Espera… tal vez… ¡Pero cómo les digo
que esperen, si ya están arrasando los míos!

Y así fue el principio de nuestra historia de amor. Así pude describir el primer encuentro de nuestras miradas. Un mundo nuevo se abría para los dos. “El simple amor, la simple historia de un hombre y una mujer, dos almas, un mismo camino, creerse, darse, comprender”.

Corrían los años 70 y esa canción, por Denis, resumió totalmente, fielmente nuestra historia. A nuestra vida había llegado la fuerza de un hechizo que liberó la pasión, los prejuicios, rompió barreras, activó los sueños, los proyectos. Lo transformó todo. A todo lo hizo ver posible, perfecto. Apuró letras de devoción, llenó de susurros los silencios y hubo un aleteo en la sangre. Y tu nombre en mi
garganta que hoy vibra a través del recuerdo. Estoy convencida que solo una única vez se puede amar así.

Cada día vivido era un nuevo camino. Sin juramentos ni promesas ni fechas en el calendario. Un pacto de amor tácito en esa loca excursión. En cada te quiero besamos la vida. Bajo un mismo cielo. Nos amamos hasta morir. Eternamente así.

Rosa Becerra.

Alas mágicas

ALAS MÁGICAS

Hoy me dispongo a tomar mis alas de papel y sobrevolar, con mucha nostalgia, arriba de sitios únicos donde pasé mi infancia.

Gran parte de ella la viví en el campo con mis padres y varios hermanos. La casa, muy rudimentaria por cierto, estaba rodeada de un pequeño monte, que era mi refugio para jugar, explorar, ocultar nuestros primeros secretos con mis hermanos, tirarnos en el pasto, mirar el cielo por entre las copas de los árboles y soñar,
soñar, soñar…

Asistía a la escuela en sulky, en los horarios ya establecidos según la estación del año. Justamente en primavera estallaban los sonidos, los colores, las aromas. El canto de los pájaros, la variedad de flores silvestres y las exquisitas fragancias acompañaban mis recorridos.

Concurrir a una escuela rural fue una experiencia increíble para mí: la cálida sonrisa de la maestra que me recibía cada día, izar la bandera con una oración y arriarla acompañada de la marcha tradicional, eran instantes sublimes.

Había dos aulas, una para los más pequeños y la otra para los más grandes. La señorita iba y venía todo el tiempo, como una hormiguita viajera, atendiendo los requerimientos de todos los niños por igual.

Una campana de bronce en la punta de la galería con su sonido tan particular, era la que marcaba los distintos tiempos: entrada, salida, recreos.

¡Cuántos momentos irrepetibles sucedían en ese ámbito escolar! Era el único nexo que tenía con los demás niños y lo aprovechaba muy bien.

Otros instantes mágicos eran los atardeceres, donde parecía que todos mis sentidos se abrieran, aun más, para dejar que me invadiera solo el disfrute. Era dueña y señora de tantos lugares bellos que me ofrecía la Naturaleza. Sumado a ello, el compartir todo con la familia me hacía sentir muy afortunada.

Desde hace tiempo aprendí que en la simpleza de las cosas está el secreto de lo verdaderamente grande.

Irma Agüero. Oliva

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